Imagina un guardaespaldas, un guarura de estos que están a la entrada de las discotecas, de los antros, de los boliches. Mucho músculo, poca neurona pero muy eficiente. A ese lugar sólo va a entrar quien este guardaespaldas determine que entra y quien no, queda fuera. Ya te puedes ir haciendo una imagen de lo que te comparto, ¿verdad?
Bien, algo así sería el Ego. Cuando nacemos pasamos por el canal de parto, olvidamos nuestra misión de vida (esto está perfectamente planificado) y se nos asigna este guardaespaldas perfecto de por vida denominado Ego. Como dice una amiga mía, es un satélite de la mente, es decir, va a existir en tanto y en cuanto tengamos psique, tengamos cerebro. El Ego depende de la mente, del cuerpo mental.
Al Ego se le ha encargado una misión. ¿Cuál es esa misión? Custodiar la idea de que estamos separados. Venimos de un origen en el cual éramos unidad, siempre era aquí y ahora, no había deseo, no había espera, no había falta y tuvimos la duda de experimentar cómo sería estar separados y para esto es que se desplegó toda esta obra de teatro denominada vida y con eso este planeta, en este Universo. Con la sola intención, con la sola duda de “¿y cómo sería estar separados?” se desplegó este multiverso en expansión y evolución que es imposible detener y aquí estamos, experimentando eso que pusimos en duda. Somos individuos que nos percibimos separados de los demás, la mayoría de la gente cree que su SER termina donde termina su piel.
El Ego es el encargado de seguir haciéndonos creer esto. ¿Con qué fin? con un fin muy noble; que podamos jugar esta obra de teatro, sino nada tendría sentido. Voy a darte un ejemplo gráfico que es uno de tantos que podríamos tomar para que comprendas más en profundidad qué es el Ego y cómo funciona en el día a día en nuestras vidas.
El Ego, como un guardaespaldas perfecto y profesional, tiene un arsenal con tres armas:
Miedo
Culpa
Pena
Bien, vamos a imaginarnos ahora una historia, la historia de alguien cualquiera en el mundo. Vamos a imaginarnos la historia de Paulina.
Paulina nació en una familia católica conservadora del Opus Dei, muy extremista. Una familia donde se respeta el bautizo, la comunión pero la confirmación, el casamiento por iglesia, la virginidad, se concibe el aborto como un pecado, de sexo no se habla, misa cada domingo incluyendo las confesiones con el cura de turno, etc…
Paulina crece en esa familia absorbiendo como una esponja esas ideas y por sobre todas las cosas esa noción de Dios, un Dios elevado, por encima, que premia, que castiga, que juzga, que perdona y a la vez con la idea de que hay un infierno al cual podemos ir si hacemos las cosas mal. Las cosas mal, según esa iglesia determine.
Pero a medida que va llegando a su pubertad y adolescencia, Paulina empieza a tener algunas dudas. Empieza a percibir ciertas incoherencias en su hogar; su padre que habla tanto de la solidaridad de la que habló Jesús, a la hora de ayudar a un hermano que cae en desgracia económica dice: “A él siempre le pasa lo mismo, yo no le doy un peso. Que se arregle como pueda, que lo ayude Dios”.
Paulina empieza observar que en la misa escucha hablar de misericordia, de respeto, de la familia como un gran valor pero cada vez que su madre prepara alguna comida que a su padre no lo satisface él le grita y hasta ha llegado a pegarle.
Paulina empieza a poner en duda todo el cuento de su vida y el cuento que le han contado desde esa iglesia, desde esa religión, que podría haber sido cualquier otra, pero estamos hoy en la historia de Paulina.
Como viene de una familia tradicional a Paulina sólo se le da la opción de elegir entre tres o cuatro carreras universitarias pero sí o sí tiene que ir a la universidad al igual que sus hermanos para ser como dice papá: “alguien en la vida”. Bien, Paulina elige lo que más resuena con ella, elige estudiar Derecho.
Se imagina siendo abogada, se imagina defendiendo a mujeres que, como su madre, parecieran no tener voz ni voto. Su padre le paga la mejor universidad que encuentra. La Universidad Católica, muy prestigiosa, reconocida en el mundo, que ofrece becas para hacer doctorados en otras universidades, en otros países.
Paulina empieza a asistir a clases y en esas clases empieza a conocer gente nueva, gente que está por fuera de su círculo habitual.
En uno de los recreos va a tomar café con una compañera, esta compañera le cuenta que se inscribió en esa universidad porque tiene mucho prestigio, pero que su familia desde la generación de sus padres son budistas y Paulina empieza a preguntarle qué es el budismo, cómo es eso de hacerse budista, cómo viven, qué comen, en qué creen. Y su amiga muy entusiasmada le empieza a contar, le pasa información.
Paulina ya espera cada día ir a la universidad sólo para encontrarse con su amiga y saber más sobre el budismo. Esa religión rara, de un país lejano en el cual tienen dioses (no sólo uno) y además diosas mujeres. Su amiga le empieza a pasar algunos textos, fotocopias para que ella empiece a leer. Textos que Paulina guarda debajo del colchón por si a su madre se le ocurre revisar su habitación en busca de marihuana o preservativos.
A la noche, cuando todos se duermen, Paulina levanta el colchón, saca el material nuevo que su amiga le dio y se la pasa dos, tres horas leyendo. A veces hasta se le hace la mañana y aún está leyendo sobre el budismo.
Cuando termina la carrera universitaria con muy buenas notas, su padre muy orgulloso le da un regalo especial y le dice: “Elige algún lugar del mundo, voy a darte un viaje en recompensa porque te has graduado con buenas notas”. Su padre creyendo que Paulina iba a elegir alguna ciudad conocida de Estados Unidos como Chicago, New York, Boston, Miami o tal vez de Europa, Londres o París, o Madrid sin embargo Paulina le dice: “Mi deseo papá es viajar a la India”. Su padre se queda perplejo. “A la India, un país de pobres, de carencia, donde no hay nada, no hay baños, ¿para qué?” Pero Paulina ya tenía una respuesta y hábilmente le dice: “No, es que al sur de la India hay unas playas maravillosas y además es muy seguro, no se puede tomar alcohol, las mujeres están custodiadas. Me gustaría ir a descansar ahí, conocer esas playas, ese sería mi sueño papá”. Su padre, no muy convencido pero cumpliendo con el deseo de su hija le paga el pasaje a Nueva Delhi y Paulina comienza una nueva etapa en su vida, aún sin saberlo.
Llega a la India con la idea de permanecer quince días. En lugar de tomar el vuelo que la llevaría hacia Islas Maldivas, Paulina, que ya tenía todo preparado gracias a la ayuda de su amiga y una agente de viajes, desde Nueva Delhi inicia una peregrinación con un grupo de turistas hacia unas grutas donde hay un supuesto “gurú” que te habla de tu misión en la vida.
Paulina está entusiasmadísima descubriendo lo nuevo; gente nueva, turistas de otras partes del mundo que hablan otros idiomas, japoneses, alemanes, canadienses, otros latinos con otras ideas, con otra alimentación, con otras costumbres. En esos días de viaje por la India, Paulina sigue diciéndole a su padre que está muy bien en las playas, mientras ella recorre cada rincón que le hable del budismo y en uno de esos rincones conoce a un profesor de yoga. Le invita a unirse a la clase gratuitamente y Paulina descubre una nueva relación con su cuerpo, con su respiración. Asiste a todas las clases. Mañana, tarde y noche. Comienza a establecer una relación de amistad con el profesor, comienzan a conversar.
Paulina le cuenta que viene de Sudamérica, de una ciudad que se llama Buenos Aires, de una familia ultra católica. El profesor la invita por fuera de las clases a lugares típicos a comer comidas diferentes hasta que le enseña su casa y en uno de esos encuentros comienzan a sentir que están enamorados. Empiezan una relación amorosa. Paulina lo disfruta, piensa “bueno, son unas vacaciones, un amor de verano, me quedará este recuerdo para toda la vida, luego volveré a Buenos Aires a ejercer como abogada, conoceré un hombre, me casaré por la iglesia de blanco y recordaré al profesor de Yoga por el resto de mi vida”.
Pero Paulina no cuenta con que el Universo siempre nos trae lo que más nos conviene para nuestra evolución y en una de esas noches de placer, de pasión, de amor, Paulina queda embarazada. Al darse cuenta lo primero que siente es alegría, siente que quiere ese bebé que ha comenzado a gestar y además su pareja, el profesor de yoga, también está feliz por la noticia, la apoya y se une más a ella.
Allí comienzan algunos temores. Paulina tiene que retrasar su regreso a Buenos Aires, pero ¿cómo va a hacer?, ¿qué le va a explicar a su padre? Se le ocurre una brillante idea, le escribe a su padre y le dice que quiere quedarse quince días más porque se hizo amiga de unas monjitas que colaboran con la causa de Teresa de Calcuta y a ella nada la haría más feliz que ir a Calcuta a colaborar con esa gente. Su padre se siente orgulloso de su hija y además ve la oportunidad perfecta para, dentro de su mundo de apariencias , comenzar a compartir con toda su comunidad religiosa que su hija está en la India ayudando en una causa religiosa. Le dice que sí, la alienta, le envía más dinero y Paulina logra retrasar su viaje a Buenos Aires quince días más.
En esos quince días comienza a hablar con su pareja, el profesor de yoga, sobre cómo van a hacer. Él le dice “no hay problema yo viajo contigo hasta Buenos Aires, me presento ante tus padres.” Paulina se imagina esa escena de terror. Su padre golpeando al profesor de yoga, echándolo de la casa. Su madre obligándola a abortar de los pelos, aunque en la iglesia diga lo contrario. “¡No, no!”, dice Paulina, “podemos imaginar de todo menos ir a Buenos Aires, esa no es una opción”. “Bueno”, dice el profesor de Yoga, “entonces tendremos que comenzar nuestra vida aquí. Vas a tener que comunicarles a tus padres que te quedas a vivir en India”.
Y aquí el Ego de Paulina empieza a sacar su primer arma. ¿Por qué? Porque Paulina está poniendo en riesgo todo eso que hasta ese día había sido su identidad ,conformaba su identidad y el Ego que tiene mucho músculo y poca neurona cree que si cambiamos de traje en esta obra de teatro nos morimos físicamente, por eso defiende a rajatabla nuestra identidad. No porque sea malo, es porque es eficiente.
Paulina hasta hoy había sido católica tradicional, virgen y ahora está decidida a cambiar muchísimas características que conforman esa identidad y el Ego se pone nervioso, saca su primer arma: Miedo.
Paulina empieza a sentir miedo. “Claramente cuando le cuente a mi familia que estoy embarazada de un hombre con el cual no me casé, que no es católico, que es profesor de yoga, que no es profesional, aquí en la India, me van a dejar de hablar, me van a dejar sola, me voy a quedar sola de mi familia, de mi clan”.
Pero con miedo y todo Paulina se toca el vientre, se siente abrazada por su pareja y decide que en la India se va a quedar a hacer su vida.
¿Qué va a hacer el Ego? Va a sacar y mostrar la segunda arma: Culpa.
“Pobre mi padre, tanto que invirtió en mi educación, voy a terminar defraudándolo. No lo va a poder soportar. ¿Y si le pasa algo?, ¿si le echa la culpa a mi madre y encima la golpea?”.
Pero con miedo, culpa y todo, Paulina se toca el vientre y siente que eso que está gestando para ella y para su pareja es mucho más fuerte y decide que en la India se va a quedar.
Al Ego le queda un arma, la más filosa, un arma blanca: la pena.
Paulina despierta en el medio de la noche mientras su pareja duerme y piensa en su abuela fallecida. “Pobre mi abuelita que me mira desde aquella nube, si viviera se volvería a morir al ver que voy a ser la primera mujer de toda esta familia que deshonre la religión, que tenga un hijo sin haberse casado de blanco”.
Pero con miedo, culpa, pena y todo Paulina se toca el vientre y siente que allí está el futuro y hay algo más fuerte y decide quedarse a vivir en la India, a tener su bebé con su pareja y se lo comunica como puede, con la voz entrecortada, con nervios, a su familia. Su padre ni la deja terminar de hablar, le corta diciéndole que se olvide de ellos, que está muerta para la familia.
Paulina va a tener que hacer un duelo a la vez que cursa su embarazo. Va a tener que hacer el duelo de una familia que le ha dado la espalda. Pero ahora tiene una pareja, un hijo en camino, toda una vida, amistades que ha ido cosechando, nuevas costumbres, una nueva alimentación, incluso ella ha comenzado a ofrecer clases de yoga para mujeres embarazadas. ¿Qué va a hacer el Ego de Paulina?, ¿se va a suicidar? Claro que no.
El Ego de Paulina ahora va a comenzar a custodiar su nueva identidad, porque hay algo que debes saber, el Ego, que tiene mucho músculo y poca neurona, es camaleónico. Cuando con miedo, culpa y pena, igual nos decidimos a cambiar, igual nos decidimos a dejar de lado creencias limitantes y mandatos familiares que no nos permiten evolucionar el Ego, como ve que hemos pasado las tres pruebas de fuego, ahora se pone de nuestro lado a custodiar nuestra nueva identidad. Entonces ahora el Ego de Paulina va a custodiar esta nueva identidad; la de una mujer abogada a la que no le interesa ejercer, que está aprendiendo hindi, que se ha convertido al budismo, que come muy diferente a como ha comido toda su vida, que va a tener un hijo sin casarse ni por iglesia ni por civil con un hombre que es profesor de yoga y que va a vivir en esta parte del mundo.
Pero, esto es un sin cesar. Si en seis u ocho años, por el motivo que sea, la pareja de Paulina con el profesor de yoga termina, se acaba el deseo, se acaba el amor de pareja y deciden separarse el Ego va a poner de vuelta resistencia con sus tres armas. Va a venir con miedo, con culpa y pena.
A Paulina le va a dar miedo imaginarse sola sin saber cómo va a actuar el que había sido su pareja ahora como ex pareja. Cómo va a ser como padre estando separados y si la va ayudar económicamente o no. Luego va a venir la culpa: “mi hijo no va a ver a su padre todo el tiempo como cuando convivíamos juntos”. Luego va a venir la pena: “me da mucha pena que tengamos que elegir quién se queda con la mascota, quién se queda con estos libros”, le va a dar pena también por algunas amistades que se sienten tristes por la separación.
Pero si Paulina con miedo, culpa y pena decide que lo mejor para su vida es separarse lo va a hacer y ¿adivinen qué? el Ego va a comenzar a custodiar su nueva personalidad, su nueva identidad de mujer que ahora está separada, que tiene un hijo que vive con ella, que cada tanto visita a su padre, y que tiene que hacer su vida independiente, recorrer un camino de soledad para conocerse a sí misma y si así lo desea, en algún momento, seguramente emparejarse con alguien más.
El problema de la mayoría de la gente en este mundo que sufre es que ante la primer arma que el Ego saca y muestra como un mafioso desafiante, el miedo, las personas ya no actúan en consecuencia, ya no deciden lo que quisieran decidir y entran en ese laberinto ilusorio de los miedos, de los terrores.
Todo comienza con un pensamiento de miedo. Y como tanto se ha dicho, lo que deseas está detrás de ese miedo. TU bienestar está detrás de ese miedo. Atraviesa esas tres armas del Ego, son pura ilusión.
(María Van)
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