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Muchas de las personas que atiendo llegan a mí luego de haber leído decenas de libros buscando claves para sentirse mejor. Mis consultantes suelen hacerme esta pregunta: «¿Qué más puedo leer para crecer espiritualmente?»

El concepto de «autoayuda» se instaló fuerte en los años ’70, con la denominada corriente «new age» (o Nueva Era) y llevó a millones de personas en el mundo a leer sin cesar libros de autoayuda, autoconocimiento o crecimiento espiritual. Libros generalmente despreciados por los intelectuales más ortodoxos y criticados por escritores clásicos aunque muy celebrados por la industria editorial que no para de vender y vender.

Estos libros no son malos ni buenos, como ningún libro. No está en el escrito el valor sino en la percepción de sus lectores. Muchas personas han encontrado en alguno de estos libros mensajes valiosos y claves que los despertaron para tomar consciencia y salir de la angustia.

Así como en tiempos más actuales conferencias, audios o videos documentales.

La clave está en cómo la persona vibra al leer el libro, qué busca, qué quiere encontrar, qué creencias está dispuesto a eliminar y cuáles quiere conservar.

Los libros de autoayuda, como bien describe la palabra, suelen ser experiencias de crecimiento personal de quienes los escribieron, es decir: sus autores. Personas que han recorrido cierto camino y han llegado a ciertas conclusiones (en general similares) y comparten con el gran público algunas herramientas que los han ayudado. No dejan de ser una percepción personal, no importa quién escriba, puede ser Louise Hay, Joe Vitale, Enric Corbera, Donald Walsch o el mismo Buda. Siempre son percepciones personales.

El lector asiste como público a esos relatos y los comprende desde la mente.

Y AQUÍ ESTÁ LA CLAVE: Entendemos todo lo que leemos, comprendemos los ejercicios que nos proponen los autores, los seguimos pero no obtenemos los mismos resultados y nos desilusionamos. Algunos lectores abandonan y otros (la mayoría) siguen comprando más y más libros buscando lo que no han encontrado aún.

El punto es que el autor ha relatado una vivencia que se dio desde su espíritu, su consciencia, su Ser Interior, NO DESDE SU MENTE. Y los lectores comprenden desde la mente pero no activan su SER INTERIOR.

La siguiente pregunta entonces es: ¿debo dejar de leer libros de autoayuda?                                   Yo no respondo que sí ni que no. Creo que lo que hay que hacer es ALGUNA VEZ conectar con el propio poder y ahí todo lo leído tendrá un nuevo sentido.

La mayoría de los libros de autoayuda concluyen en lo mismo:

  • El poder está en ti                                                                                                                                
  • No culpes al afuera

– Como das recibes

– Como crees creas

– Practica el desapego

– Medita

– Perdona

– Suelta

Y la lista podría seguir… Ya lo has leído, lo has entendido desde tu mente pero…      ¿Lo has comprendido?¿Has tomado consciencia? ¿Has actuado en consecuencia? ¿De verdad entiendes el concepto del perdón? ¿Lo podrías explicar? ¿Podrías explicar por qué no funciona en ti?

Las trabas suelen venir de la mano de malos entendidos y creencias limitantes. Conceptos básicos con los que hemos convivido desde niños. 

Todos hemos leído algo sobre «el pecado original» y pocos sabemos de verdad lo que significa y el valor que tiene. Has escuchado que «los pecados de los padres se heredarán hasta la tercera y cuarta generación» pero no sabes cómo influye en tu vida y mucho menos lo que significa energéticamente un pecado, tal como Jesús lo percibió. 

Sabes ciertamente que en el dar se crea tu recibir pero no terminas de entender qué tienes que dar y a quién. Esto es porque siempre has leído desde la mente, has percibido como te han enseñado otras personas que también entendieron desde su mente.

Son generaciones y generaciones sin conexión con el poder del Ser Interior, leyendo literalmente conceptos que no llegan a sentir.

Los lectores más desafiantes no se cansan de buscar respuestas para crecer, salir de la pena y encontrar el bienestar. De esta forma se embarcan en una maratón de lectura frenética con el objetivo de que algún autor, de forma casi milagrosa, les indique qué hacer para finalmente tener pareja, que los hijos sean más obedientes, que el jefe pague mejor, ganar la lotería, pasar los exámenes, bajar de peso, curar el cáncer, salir de la depresión, etc.

Dejan de lado novelas, cuentos mágicos, ilusiones de la niñez y se vuelven fanáticos de cada nuevo autor que publique la supuesta receta de la felicidad. 

Es una cadena sin fin que termina en una adicción ansiosa que lleva a más y más desilusión y desgaste hasta que terminan pidiéndole tranquilizantes a cualquier médico y encendiendo velas en la iglesia de siempre. Esto es estar enredado y perdido en la dualidad, es decir: el afuera (algo, alguien) me dará la respuesta que espero para cambiar mi vida.

La ecuación es siempre la misma: «El poder está fuera de mí y alguien me contará el bendito secreto.» Y esta fórmula es errante SIEMPRE.

Mientras no comprendas desde tu corazón que el poder está dentro tuyo no habrá libro que pueda ayudarte. No porque los libros sean malos o buenos. Los libros te dan la receta pero es como si no tuvieras los lentes correctos para leerla. No la detectarás. Terminarás el libro sintiéndote vacío.

Cuando comprendes que eres parte de esa Fuente que todo lo crea, que tú conformas a ese Dios en el que crees, en ese momento, leas lo que leas te dará las coordenadas para sentirte bien, aunque estés leyendo el catálogo del supermercado.

Por eso, cada vez que una persona que atiendo me pregunta si puede ir leyendo algo le respondo que sí, que lea una novela de Isabel Allende, Amy Tan o García Márquez, que busque cuentos de ciencia ficción o mire documentales.

Las personas que vivimos alineadas, es decir, en coherencia emocional, leemos cada vez menos libros de autoayuda y más realismo mágico porque sabemos que la clave para crear el futuro que deseamos está en disfrutar AQUI Y AHORA y AQUI Y AHORA nada más disfrutable que un chocolate caliente y una buena historia.

(María Van)

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