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Vamos a suponer que yo soy la organizadora de eventos del club de mi pueblo y toda la vida fui la organizadora. Y está don Ramiro, “el viejo loco de la guerra”, se le conoce así en el pueblo. Se dice que estuvo en la guerra pero hay gente que dice que en realidad es hijo de un hombre que vino de Europa que estuvo en la guerra. Hay varias versiones sobre don Ramiro, lo cierto es que es un loco de mierda para todos porque tiene mal carácter, no saluda, de pronto sale e insulta y anda gritando solo por las esquinas. Y yo, que soy la organizadora de los eventos, me digo: “no, este don Ramiro la verdad que es parte del pueblo, estaría bueno que aunque sea para fin de año pueda venir a celebrar con nosotros.”

Pero todos los vecinos me dicen: “¡No! ¡Es un loco de miércoles! ¿No ves que ni familia tiene? La familia de él ni lo viene a ver, nos va arruinar la fiesta.”

Pero yo soy de esas personas que insiste, que piensa: “Bueno pero sería lindo porque es parte, así y todo, con lo loco que es. La verdad es que cuando a doña Amelia le quisieron entrar a la casa, él salió con el arma a defenderla. Es parte de nosotros”, insisto. “Bueno, hacé lo que quieras, vos sos la presidente de acá del club de los eventos sociales, hacé lo que quieras”, mee responden los vecinos.

Tenemos un cuento armado dentro del pueblo. Don Ramiro, de tal edad, es un tipo ermitaño, está armado y eso le debe haber quedado de la guerra, de cuando fue a la guerra, esto de vivir armado por las dudas, debe tener hasta pesadillas de la guerra. Tiene mal carácter obviamente porque es militar, hijo de militar, mal carácter y anda a los gritos por todas las esquinas. Loco porque claro, quedó loco de la guerra. Ese es el cuento que tenemos y que un poco coincide, le armamos el cuento y coincide con cómo se comporta don Ramiro pero a la vez no entendemos por qué si nosotros somos como sus enemigos de pronto un día que pasó algo, él tuvo como un atisbo de bondad, de solidaridad, defendió una vecina. ¿Por qué no se quiere integrar? Entonces podríamos describir el problema de don Ramiro es que se niega a integrarse, a ser amable. No quiere.

Tenemos un cuento que creemos que explica el comportamiento de Ramiro pero no resuelve el comportamiento de Ramiro. Entonces, yo un día decido que me voy a ir a lo de Ramiro a ver qué onda, a ver si puedo hablar con él, si me lleva el apunte, si me escucha.

Entonces preparo un cake, una torta, un budincito y me voy a lo de Ramiro.

Le golpeo, el viejo desconfiado abre un poquitito la puerta y a los gritos: “A ver ¿Quién es? ¿Quién es?” Dice con la escopeta en la mano. Yo le digo: “soy yo don Ramiro, María” ¡Pum! me cierra la puerta “Váyase, no quiero ver a nadie. Váyase”.

 

Bueno, me quedo ahí parada. Ya voy a venir en otro horario. A ver, tal vez estaba durmiendo la siesta… o puedo decir: “no vengo nunca más, viejo de mierda, ándate donde ya sabés, yo lo intenté”.

Bueno, vamos a suponer que yo lo intento. Vuelvo al otro día, pero voy de mañana temprano. Digo: “claro, militar el tipo, se debe levantar a las cuatro de la mañana a hacer la cama perfecta, entonces yo a las cinco de la mañana voy a estar ahí”.

Voy esta vez con el termo de café. Un café que me regalaron, que me trajeron de Venezuela. ¡Riquísimo! Se lo voy a llevar.  Don Ramiro me mira con cara de dormido y dice

– ¿Qué quiere usted María?, ¿Qué le pasa? ¿Por qué viene a mi casa ahora? ¿Qué le pasa? 

– No, ¿Sabe qué? Mire, acá tengo un cafecito.

Me estira la mano pero, medio con la puerta no me deja entrar. Yo ahí cagada de frío afuera, pero decidida a que voy a hablar con él porque Ramiro va a estar en la fiesta.

Le hablo de que lo queremos tanto en el barrio. Él mientras va tomando el café, me dice “¡que buen café!, ¡que buen café!” Me escucha, no dice nada. Yo le digo:

 

-Mire, la verdad es que sería tan lindo que usted pudiera compartir con parte del pueblo, qué se yo…

 

Me pide más café. Le doy más café, yo le sigo hablando y me dice

-Bueno gracias, María. Tengo que ir ya a darle de comer a mis perros.

Me cierra la puerta.

Yo frustrada vuelvo a mi casa. Todo lo que le hablé y encima el desgraciado me tomó medio litro de café venezolano, no vuelvo más, que se vaya la mierda.

A la noche lo medito mejor y pienso: “mañana vuelvo pero voy de noche, me voy a llevar un tequila divino que me regalaron de México”. Claro porque como yo soy la presidenta del club del pueblo todos los vecinos que viajan me traen algo para después en la fiesta de fin de año tener la mesa que esté más cerca del escenario.

Me voy a ir con este tequilita de noche, a ver si lo relajo un poco. Voy otra vez.

-María, ¿Otra vez de vuelta acá? ¿Qué le pasa a usted? En este barrio de locos (me dice Ramiro) van a empezar a comentar que usted quiere algo conmigo.

 

Ahí ya descubro que el que cree que los que estamos locos es él. Ah resulta que él cree que nosotros estamos todos locos y tiene un poco de razón, bueno la verdad que en el barrio la chusma corre.

Digo:

-No, mire… le traje este tequilita porque le quiero hablar de mí, don Ramiro. Le quiero contar algo que yo no puedo contarle a nadie acá en el pueblo. Como usted bien dijo, son todos chusmas y no sé, usted me da confianza. Usted es un hombre íntegro. Usted tiene un temple. Usted aparte no habla con nadie yo sé que todos los secretos que yo le voy a decir, usted no los va a contar. ¿Quiere tequilita? Está bueno. Este me lo trajeron, es artesanal, me lo trajeron de México.

Bueno, le va gustando, me abre la puerta: “venga, pase, pase”. Se me vienen los perros encima, el viejo los saca a las patadas: “¡fuera, fuera!” y ya entro ahí en el ambiente de don Ramiro. Esos aromas de casa detenida en el tiempo, tapizados viejos sobre sofás viejos también. Ni una foto, un espejo tapado, las ventanas bastante sucias.

Me siento ahí, no podía respirar. No me sentaría en este sillón ni loca, pero me voy a sentar porque yo vine y tengo que inventar algo. Él me mira, se empieza a tomar el tequilita, y me mira como diciéndome: “bueno, vos me querías hablar. Háblame, ahora te escucho”. Y ahí me invento algo.

-Bueno, sabe que estoy pasando un mal momento con mi hija mayor. Se peleó conmigo porque…

Ahí saco algo de la galera y me acuerdo que discutí con mi hija sobre qué vamos a hacer en Navidad.

-….no, porque ella quiere que vayamos a la casa de ella ahora que tiene un novio nuevo, pero yo no me siento cómoda, es un departamento chiquito, aparte el novio fuma marihuana, mi marido se enoja y ahí terminamos todos peleados. Entonces yo prefiero que vengan a casa, acá está el jardín, que si quieren fumar se vayan por ahí escondidos al jardín y no sé qué hacer para convencerla…

Y me escucha, Ramiro me escucha. Sigue dándole al tequila, ya no me queda mucho que decir entonces ahí le tiro una pregunta, le digo:

-Ramiro, disculpe que yo le pregunte esto a usted ¿Usted estuvo en la guerra en Malvinas?

Y me mira fijo y me dice:

– Sí, pero no me interesa a mí hablar de eso mucho, estábamos hablando de su hija.

– Ah bueno, bueno, yo nada más porque…

– Si (me dice) ya sé, algo que comenta todo el barrio.

– Sí, bueno por eso yo quería preguntarle a usted…

– Bueno, lo bien que hizo eso de venir a preguntarme a mí. Si estuve en la guerra pero no me gusta hablar mucho de eso porque la gente se hace muchos cuentos con eso de la guerra. Cuénteme de su hija, sígame contando.

Y él sigue tomando… ya me tomó un poco del café venezolano, ahora me está bajando sin parar el tequila especial, pero digo: “bueno, lo vale, lo vale porque acá ya estoy llegando”. Y le digo:

-No, bueno. La verdad es que me duele esta situación, imagínese.

-No, la verdad no me puedo imaginar lo que usted me está contando, María. Porque tendría que hacer un ejercicio de imaginación, por lo tanto, tendría que imaginarme que tengo una hija y a mí eso me duele mucho porque mi hija, la única que tuve se murió en el parto al igual que mi mujer. Así que imaginarme cosas de hijos a mí me duele mucho María, no puedo.

Lo único que le puedo decir si quiere un consejo es que todo el problema que usted me está contando, como que es un problema, a mí me parece una reverenda pelotudez pero, bueno allá usted.

Muchas gracias por el tequila, estaba muy bueno. Ya es tarde, váyase a su casa, no vaya ser que la roben en el camino. Y le aviso que no voy a ir a la fiesta de fin de año, María, no me interesa, yo voy a estar bien acá en mi casa, gracias por venir.

Entonces, yo salgo de la casa de don Ramiro e inevitablemente ese cuento que yo tenía de él, que yo creía que explicaba su conducta se me va desmoronando. Es cierto, Ramiro estuvo en la guerra pero cuando yo me permití (con el esfuerzo y todas las trabas que me puso) conversar con él, pude ver que sí, confirmé que estuvo en la guerra pero eso no fue lo que lo condicionó, eso no fue lo que tiñó de dolor su vida, fue algo que yo no sabía y es que él había tenido una mujer y había tenido una hija y sus dos amores se habían ido en un instante de este mundo.

¿Se entiende cuál es la diferencia entre creer que tengo un dato que explica alguna cosa y tener el panorama completo?

Bien, esto es lo que hacemos cuando trabajamos con los tiempos paralelos, abrimos portal y contactamos con el niño o la niña que EN VERDAD fuimos.

Lo vamos a llevar ahora al caso de un niño o una niña y para esto voy a apelar a un caso que de verdad tuve.

Consultó conmigo, ya hace unos años, una chica joven. En la primera sesión yo le pregunté: “¿Por qué estás aquí? ¿Qué te gustaría cambiar? ¿Qué te duele? ¿Qué tienes para transformar? ¿Qué deseas pero no logras?»

Ella me presentó como problema que no podía estar con una pareja. Que cuando conocía una pareja, ella dijo: “yo siempre la cago en algo. Yo sé que soy yo porque lo arruino porque desconfío, entonces ya me pongo así como celosa, entonces me mandan a la mierda”.

Presentó esto como su conflicto. Que quería tener pareja, que le gustaría tener un novio y bueno, tener luego hijos y pasaron los años y nunca podía mantenerse en una pareja.

Bien, ya sabemos que lo que se presenta como “este es mi problema” no es que no sea algo que la persona está sufriendo, que le duele en su vida, obviamente pero, no es el verdadero, verdadero, verdadero. No es lo que está ahí en la sombra, manejando esos hilos que hacen que ella se comporte como una marioneta y por lo tanto haga todas esas cosas que ella no entiende por qué hace y que derivan en que se arruinan sus relaciones. Ella no va a entender nunca por qué lo hace porque si lo pretende entender desde la mente, desde el terapeo y sigue con la mente y con la mente, no lo voy a entender. Esto es cuestión de poder ver los hilos invisibles, la mente eso no lo va a entender.

Bien, empezamos a trabajar conversando. Le salían algunas cosas, otras no. Finalmente su mente se rindió, empezó a conversar con esa infancia, surgieron cosas muy interesantes, cosas que le explicaban un poco más de su presente y en una de las sesiones ella me comentó algo, digamos como al pasar, como agregando, como dos por uno.

-…también te quiero decir si es que podemos hacer algo con respecto a este tema, que bueno, no es tan importante pero me complica un poquito mi día a día y es que yo le tengo fobia a los lugares pequeños, cerrados…

Ella trabajaba acá en Buenos Aires en unas torres que se llaman “Catalinas”. Son torres de la City Porteña, como nuestro Wall Street, muy altas. Ella trabajaba en un piso catorce, en una oficina. Entonces, su problema era que todos los días tenía que subir los 14 pisos en ascensor y bajar en ascensor y era un “tema” porque era un espacio cerrado. Por ejemplo, llegaba a la mañana temprano, esperaba a que alguien más subiera porque sola no quería subir, o sea, ya le complicaba el día. Me decía “Llego hasta tarde cuando en realidad llego temprano y mi jefe me ve que llegué quince minutos tarde porque yo estuve ahí abajo esperando a ver quién también subía al piso catorce”.

En su hora de almuerzo no bajaba a comer a un bar, a un restaurante. Siempre se quedaba en la oficina, se evitaba subir al ascensor dos veces más al día. Simplemente subía cuando llegaba, bajaba cuando se iba.

Me dice “Bueno, la verdad no es nada del otro mundo, yo sé que le pasa a otra gente pero yo justo trabajo en un piso catorce y bueno, me gustaría si se puede…”

Me lo tiró así, como bueno diciendo “si se puede, también solucionemos esto”.

A mí, que soy bruja y trabajo de bruja, me resonó muchísimo. Me resonó muchísimo aparte que lo dijera como “…bueno, aparte esto… ¿no?

Bien, yo le dije: “Ok. Lo vamos a tener en cuenta, seguramente va a salir porque esto es así, no te preocupes, seguí conversando con la niña que fuiste”.

Bien, un día, ustedes tal vez lo van a hilar perfectamente ahora. Ella no lo pudo hilar perfectamente en el momento, dudó un poco. Tenemos la sesión, ella me escribía por correo, pero era más la dinámica individual, con uno hablábamos más en sesión.

Me dice: “María, ¿sabes una cosa que no te escribí en el correo? Que me acordé de algo que yo no me acordaba pero no sé, no es nada grave, la verdad hasta me causa risa hoy. No sé si será importante”.

Cuando la persona dice “no sé si será importante” venga para acá.

– Bueno, una pavada pero, no sé, me llamó la atención que yo esto ni me lo acordaba, ni tampoco nunca lo hablé con mi hermano, será que él tampoco se acuerda pero, me acordé de esto…

– A ver ¿Qué te dijo la niña que fuiste?

Y me cuenta que ella recordó un mediodía en la casa de su abuela (creo que era paterna) una abuela que ella amaba, unos abuelos que ella amaba y que la amaban a ella y a su hermano y una familia que, como tantas, acostumbraba los domingos ir a casa de los abuelos a comer la pasta que amasaba la abuela.

El tema era así, a ella le gustaban los ravioles de calabaza y al hermano de verdura. Estaban los primos, estas familias grandes (los abuelos tenían otros hijos). Ella se acerca a la abuela que estaba allí terminando de preparar la comida y se da cuenta que los ravioles que la abuela había hecho ese día no eran los que a ella le gustaban sino los que le gustaban a su hermano, y ella le dijo: “Abuela, no me hiciste los ravioles que me gustan a mi” Y la abuela, vaya a saber el porqué, (por qué repito, era una abuela que ella quería y la quería mucho) ella recordó que la abuela le contestó: “Bueno, no seas caprichosa, siempre querés todo para vos” y nada más.

Siguió ahí la abuela y ella se puso muy mal, estas emociones “…y recordé esto y sentí una angustia profunda y no sé por qué…” Claro, no sé por qué porque mi mente adulta ahora dice “esto es una pavada”, no se corresponde con la angustia profunda que estoy sintiendo. ¡Claro! pero la niña que ella fue sí sintió una angustia tremenda. Sintió que la abuela la mandó al diablo.

Entonces, ella se fue como ofendida (a propósito) a encerrar al baño de invitados (o al toilette, o como cada uno lo llame en su español) de la casa de la abuela. Se encerró a esperar a que la vengan a buscar. Ella estaba como ofendida y mientras ella estaba en el baño escuchaba que ya la abuela se ve que servía la fuente con toda la pasta porque todos aplaudían. Y ella escuchaba que el abuelo decía: “Falta Carmelita, falta Carmelita ¿Dónde está Carmelita?” y ella escuchó que su Mamá le dijo: “Déjala, déjala a esa caprichosa que si no quiere comer lo que hay que no coma” Y ella se quedó llorando en ese pequeño baño.

Carmela me lo contaba así. Me decía: “me acuerdo que me quedé y en un momento me empecé a aburrir porque me quedé llorando, ahí esperando. Hacía calor, nadie venía…”

Yo ahí empecé a hacer silencio, silencio. No le dije nada, habrán pasado unos minutos largos de silencio hasta que le dije:

  • ¿Ya entendiste por qué te da pánico estar sola en el ascensor?

Y ella ahí se largó a reír y a llorar a la vez

  • No puedo creer…

– Bueno, no lo creas. ¿Qué te pasa cuando estás por subir a un ascensor, Carmela? Que no sos vos, adulta con treinta años, vestida de oficinista subiendo al ascensor. Cuando vos entrás al ascensor sos esa niña de seis años encerrada en el toilette de la abuela esperando que la vengan a buscar, ofendida, confundida, triste con calor.

¿Se entiende cómo la infancia nos puede condicionar en el presente? ¿Cómo es muy difícil que nosotros desde la mente relacionemos, nada?

¿Se entiende que el cuento que tenemos para contar nuestra historia no explica NADA de nuestro sufrir presente?

(María Van)

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